domingo, 30 de septiembre de 2012

Esperar

Los fonemas de la palabra "esperar" son muy bonitos, me gusta como suenan. Te dan la sensación de esperanza, de verde, de naturaleza, de paz, de estrellitas brillando en el cielo y de pajaritos cantando por la ventana; a un día despejado en Dinamarca y al olor de pan recién hecho.

No obstante, "esperar" es el verbo -no sé si llamarlo acción (porque de acción no tiene nada). Yo casi diría que esperar es un logro, porque anda que no hay que sudar y sudar para que el esperamiento se dé por sí mismo- que más odio en la vida, es lo que menos me gusta hacer del mundo.

Y no es por las salas de espera (oh dios mío, quién inventó este lugar de tortura) ni por las colas del supermercado, sino que es por esa llamada de teléfono que nunca recibirás o por esa carta que verás cuando ya no la esperas.

La primera vez que me sucedió esto fue con una entrevista de trabajo: esta tarde te llamaremos para decirte a qué hora empiezas el lunes, mañana por la mañana sin falta te hemos llamado. 3 años después aún sigo esperando esa llamada. Lo recuerdo como si fuera ayer: todo el día pegada al móvil sin vivir por si no lo oía o no sonaba más de dos timbres. Hasta al baño me lo llevaba, hasta dormía con él... durante una semana.

Ahora es una estúpida carta de correo tradicional. Mañana o pasado recibirás la carta de aceptación en el curso que te dirá a qué hora comienzas el lunes, qué días tendrá lugar y toda la información que necesitas saber. No ha llegado, por supuesto. Ya lo sabía yo. Que ni carta ni nada. Hasta he ido a mirar el correo y he metido la mano para mirar las cartas que había por si acaso alguna era.

En fin, esta vez me va a tocar dar la chapa de nuevo en persona en el lugar para que me hagan caso... o matar a alguien. En fin, mañana otro día de ir de arriba pa'bajo.


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